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martes, 28 de marzo de 2017

Alejandro Scomparín Corrió 250 km en Malvinas como homenaje a los caídos y veteranos argentinos e ingleses

"Lloré mucho en Fitz Roy. Lo hice durante el último kilómetro, antes de llegar a mi destino, el Memorial del Sir Galahad."
Era el primer día del Desafío “Unir Malvinas”. El de la incertidumbre. Los mapas de google mostraban el memorial en dos lugares diferentes. Investigué, busqué información, hablé con el Comodoro Carballo pero seguía sin saber exactamente donde se encontraban los memoriales. El 8 de junio de 1982 se produjo un intento de desembarco inglés en el mismo lugar en el que me encontraba casi 35 años después. Los ingleses confiaron en el clima, el cuál se reprodujo con increíble similitud el 11 de diciembre de 2016. Lluvía y muy nublado. Las condiciones no eran propicias para que la aviación argentina pudiese operar. En el continente, las condiciones eran muy buenas y la Fuerza Aérea Argentina atacó por sorpresa, provocando bajas muy importantes. Fue tan certero el ataque argentino que los ingleses lo llamaron “El días más negro de la flota”. Fallecieron 54 guardias galeses y otros 57 británicos recibieron quemaduras importantes. Los buques de desembarco Sir Galahad y Sir Tristan fueron destruidos y una lancha de desembarco Foxtrox, hundida.
En abril, había recibido comentarios muy negativos de habitantes de las islas que se enteraron de mi viaje. Logré explicarles el motivo y pedirles disculpas si los había ofendido con mi intención de enterrar rosarios, ya que los muertos ingleses eran protestantes y no, católicos. Lo entendieron y se alegraron por mi respuesta. Uno de ellos, me escribió quince días antes del viaje para recordarme que, por favor, no entierre rosarios ni despliegue banderas argentinas en los memoriales. Si lo hacía, me iba a reportar a la policía local. Logré hablar con el telefónicamente, a través de un amigo que oficiaba de traductor. Expliqué mis intenciones y quedó todo aclarado. Igualmente, no sabía si íbamos a tener un “comité de bienvenida” en nuestro destino, lo cual me hubiese alegrado.
Luego de trasponer una tranquera, mis amigos se adelantaron con la camioneta para esperarme en destino. Lo que sucedió después fue una de las experiencias más emotivas que viví en mi vida pero que sería el preludio de lo que nos esperaría a los tres integrantes de “Unir Malvinas”. Luego de hacer unos metros, aparecieron de la nada tres caballos salvajes y un potrillo. Bajaron de una colina y me escoltaron hasta la entrada a la Bahía. Galoparon a mi lado durante 500, 600, 700 metros. Perdí la noción de la distancia porque me emocioné y comencé a llorar. Lo hice porque recordé un video de Darwin donde los argentinos que estaban restaurando una cruz tuvieron la inesperada visita de caballos salvajes, los cuales no los dejaban ir. En ese lugar habían muerto muchos ingleses pero también, tres pilotos argentinos: Danilo Bolzán, Juan José Arrarás y Jorge Vazquez.  Tres pilotos muertos, tres caballos.
Cuando llegué al Memorial, había corrido  50 km. Si bien estaba mojado, no lo notaba ni me molestaba pero se me aflojaron las piernas y me arrodillé frente al Memorial, recé y seguí rezando hasta que mis amigos se acercaron.
Los caballos observaron desde lo alto de la colina todos nuestros homenajes. Cuando nos decidimos volver a la camioneta, los animales descendieron con rapidez, pasando a gran velocidad muy cerca nuestro. Detuvieron la marcha a escasa distancia de nuestro transporte. Nos observaron y se mantuvieron a distancia hasta que los saludamos y abandonamos el lugar. Ellos volvieron a la colina y nos volvieron a acompañar hasta que abandonamos la estancia.


El segundo día tuvimos que cambiar el recorrido previsto y agregar 8 km. El camino planeado no estaba en condiciones para transitar. Ni siquiera con 4×4. El objetivo era el puente del Arroyo Malo. A escasos metros de allí se produjo el único combate entre comandos de toda la guerra: TOP MALO HOUSE.
Iniciamos la etapa con sol, se fue nublando, llovió, cayó granizo, salió el sol, volvió a llover, llovió muy fuerte y llegamos. Todo en 45 km.  Si el día anterior había puesto a prueba la campera con goretex, este día se consagró. Hicieron lo propio el pantalón de salida de Aldosivi (marca Kappa) y la ropa interior Andros. El club de mis amores fue un apoyo más que importante. Aportó indumentaria y la cámara PcBox con la que pude registrar varios de los puntos más importantes de los recorridos. El pantalón fue IMPORTANTÍSIMO porque está hecho con una tela similar a las de la malla. La ropa interior ANDROS fue otro gran acierto. Está confeccionada con poliamida. Esta ropa se secó completamente cuando volvió a salir el sol y, si bien se volvió a mojar cuando llovió fuerte, me permitió encarar el último tramo de la etapa seco. La ropa no pesaba. Ni el pantalón, ni la campera. En grandes distancias es algo que se agradece mucho.
Las zapatillas Adidas TR7, una de mis lovemarks, fue esencial para todos los recorridos de ripio, sobre todo con lluvia. Estas zapatillas viajaron a Río IV, como regalo a una de las personas que me apoyó y que fue parte fundamental en la organización de “Unir Malvinas”, Ever Moriena.

El tercer día, fuimos a Monte Longdon. Era un recorrido corto, para recuperar las piernas. Me perdí durante dos horas. Mis amigos salieron a buscarme pero no me encontraron. Llegué a preocuparme pero pude lograr encontrar el camino de regreso.
El cuarto día parecía el más complejo por que se trataba de un único tramo de 60 km. Emprendimos el viaje desde Darwin hasta Puerto San Carlos muy temprano. En el hotel nos había advertido que el camino era muy sinuoso. Había investigado, tenía información que había 700 m de desnivel entre los puntos que iba a unir pero nunca pensé encontrarme con tantas subidas y bajadas.  El viaje a Puerto San Carlos parecía no terminar más. Tardamos cerca de dos horas en llegar.
Comencé la etapa en subida y, al poco tiempo, comenzó a empujarme el viento. Hasta ese día había sido una presencia casi imperceptible. Había tenido algunas ráfagas pero nada comparado a lo que esperaba y me habían advertido. Hice 12 km en 1h 13 min. Estaba corriendo a ritmo de entrenamiento, como si lo hiciese en el Parque Sarmiento después de entrenar en bicicleta. El viento era una gran compañía. Siempre a favor, empujaba mucho. Tanto lo hacía que empecé a prestarle más atención. Notaba que siempre estaba a mis espaldas. Observé la vegetación al costado de la ruta y, en muchos lugares, estaba orientada por acción del viento (es algo cmún en Malvinas) en dirección contraria a la que me dirigía. Cuando iniciaba una bajada, el viento empujaba con fuerza. Cuando tenía que subir, desparecía la acción del viento pero, cuando llegaba a la cima y debía volver a correr, el viento regresaba con fuerza. En las ocasiones que debía doblar, esperaba que el viento me tome de frente o de costado pero, se transformaba en una leve brisa. La emoción me volvió a embargar. Volví a llorar en varios tramos del recorrido. Empecé a dialogar con los 649 muertos argentinos y con los 255 británicos. Les agradecía y les hablaba en cada ocasión que el viento regresaba luego de una subida. Esos tramos los caminaba y, cuando llegaba a la cima, el viento me decía que era momento de correr. Era como, si todos ellos, me estuviesen acompañando y empujando. Era como si me dijesen: …”listo, ahora a correr que te acompañamos”. Casi ocho horas demoré en llegar al cementerio argentino y fundirme en un abrazo con José Luis y Alejandro.
 Teníamos casi 180 km recorridos. El quinto día había que hacer un recorrido por Darwin. En distancia era tranquilo. Servía para descansar las piernas. Pero no fue un día más. Amaneció con mucho sol y, sorprendentemente, con poco viento.
A los 16 años leí el libro Ganso Verde, cuyo autor tuvo la responsabilidad de comandar la Fuerza de Tareas Mercedes en la Batalla por Darwin y Pradera del Ganso.  Fue uno de los libros que más me impactó. Tanto que, a la semana de haberlo terminado de leer, le estaba haciendo un reportaje a Ítalo Ángel Piaggi, para la revista del colegio. Pasaron los años y mi sueño de conocer Malvinas se iba afianzando. Siempre me dije que, el día que lo concretase, quería pasar la mayor cantidad de tiempo en Darwin y, uno de los lugares que ansiaba conocer era el puesto de comando de Piaggi. El lugar donde se reunía con el resto de los oficiales para tomar las decisiones de la batalla. Me lo imaginé de distintas formas. Investigué, hablé con veteranos, de todo. Pero nadie me pudo identificar el lugar exacto.
Pasaron los años y seguí sintiendo una gran admiración por Piaggi. Ese jueves 15 de diciembre iba a cumplir parte de mi sueño. Partimos por la tarde junto a la camioneta de Darwin House, rumbo al listado de destinos que había solicitado conocer. Recorrimos algunos memoriales hasta llegar al Aeropuerto de Darwin. Durante la Guerra, allí funcionó la Base Aérea Militar (BAM) Cóndor. Nuestro guía Alan, un Royal Marine retirado con 27 años en la fuerza británica, nos señaló un pequeño cobertizo blanco con techo verde. Aquí firmó la rendición Piaggi, fue su afirmación. Al escuchar ese apellido, volví a preguntar si el Jefe de la Fuerza de Tareas Mercedes había estado allí. Alan respondió afirmativamente y comenzó a hablar muy bien de Piaggi. Fue un gran soldado, un gran hombre, combatió con honor y demás adjetivos sobre el militar argentino. No lo quise interrumpir. Se extendió algunos minutos hablando sobre él. Algunas de sus afirmaciones las conocía porque me las había contado el día del reportaje pero no estaban publicadas en ningún medio. José y Alejandro miraban sorprendidos a nuestro guía inglés. Cuando hubo terminado, le dije que lo había conocido y que, lamentablemente, había fallecido hacía casi dos años. El rostro del inglés no disimuló su tristeza. Se dio vuelta y señaló una casa blanca con techo verde. Ese era el puesto de comando de Piaggi, afirmó. Abandoné el aeropuerto con la certeza de que Ítalo había estado allí, junto a nosotros.
Visitamos el galpón donde habían sido alojados los soldados argentinos como prisioneros de guerra. Se encuentra frente al aeropuerto. Se encuentra en las mismas condiciones en las cuales nuestros compatriotas esperaron su traslado al continente. Mis amigos regresaron a la camioneta y nos volvimos a encontrar en la tumba de Nick Taylor, derribado por la artillería antiaérea argentina el 4 de mayo de 1982. El valiente piloto inglés descansa en el mismo lugar donde fuese abatido y, junto a su tumba, se encuentran restos de su avión, lo cual nos conmovió a todos los presentes.
Sin duda, estábamos viviendo momentos que quedarían grabados en nuestros corazones. El sol seguía acompañándonos durante todo el recorrido. Pude descansar entre cada tramo de la etapa, lo cual iba a agradecer el último día. Ese jueves había elegido utilizar la indumentaria que me donó la Asociación Argentina de Árbitros, gremio al que sigo perteneciendo, a pesar de haberme retirado del arbitraje profesional en 2005.
Nos quedaban algunos memoriales por recorrer. En uno de ellos, el del Coronel Jones, colocamos una ofrenda floral que había comprado en el hotel de Darwin. El memorial se encuentra en el mismo lugar donde perdió la vida el oficial de mayor rango de las fuerzas británicas. Hay varias versiones sobre la muerte de este oficial. La batalla de Darwin fue dura para ambos países. El heroísmo de nuestra gente se siente a cada paso y eso es reconocido por quienes fueron sus oponentes.
Luego de realizar el homenaje correspondiente se produjo uno de los hechos que guardaré para siempre en mi corazón. Nuestro guía, Alan, se acercó para agradecerme el gesto y extendió su mano en señal de respeto. Tanta fue la sorpresa que no entendí lo que me había dicho. Mi inglés es muy malo pero Alejandro Chams se encontraba muy cerca y lo escuchó perfectamente. Cuando Alan se alejó, me abrazó y me dijo: …”¿entendiste lo que te dijo? Te agradeció el gesto!”. Mi sonrisa iluminó mi rostro. Había hecho miles de kilómetros junto a mis amigos y “Unir Malvinas” estaba cumpliendo su objetivo. Nos reconfortó a todos.
Seguimos hasta el lugar donde fueron enterrados 39 argentinos que murieron en la batalla de Darwin. Era una fosa común. Si bien los cuerpos fueron trasladados al cementerio argentino, ese lugar es visitado por argentinos para rendir homenaje a nuestros héroes. En ese mismo lugar se filmó el video “La Cruz y los caballos” que recordé en Fitz Roy. Caminamos desde la ruta hasta ese lugar junto a Alan. En mi inglés ultra básico, le expliqué el motivo por el cual quería conocer ese lugar y lo que significaba para los argentinos. El día anterior me había preguntado porque quería ir allí si no había nada. Mañana te lo explico cuando lleguemos a destino, fue mi respuesta. Alejandro y José caminaban unos metros más atrás, trayendo rosarios para colocar en la cruz original que había sido restaurada en mayo de ese año. La cruz no estaba en su lugar. Probablemente, había sido vandalizada, como la virgen del cementerio. Recorrimos el lugar con Alan, José y Alejandro. Les conté que había sucedido allí, quienes habían participado del funeral.  Las fuerzas inglesas rindieron honores militares a nuestros caídos junto a oficiales argentinos y a nuestro capellán.
El día no había terminado y las emociones afloraban a flor de piel. El sol calentaba la turba con más fuerza. Sus rayos parecieron darnos abrigo para encender con más fuerza nuestros corazones. Alejandro nos entregó un rosario a José y a mí. Cada uno de nosotros colocó el suyo en el lugar donde debería haberse encontrado la cruz. No eramos los primeros ni seríamos los últimos en hacerlo. Depositábamos el rosario y rezábamos. Cuando terminamos, Alan nos pidió colocar un rosario en ese lugar.  Lo observamos emocionado hasta las lágrimas. Accedimos y le agradecí el gesto. Al igual que lo había hecho él unos minutos antes. Faltaba mucho por experimentar pero nuestro objetivo se estaba materializando. Es difícil contar con palabras los sentimientos que experimentamos cada uno de nosotros en ese momento. Para ponerlo en contexto, las piernas tenían más fuerza. El dolor, cedía. La cabeza funcionaba a mil y no paraba de agradecer a Dios estos hermosos momentos.
Terminamos el recorrido en el cementerio argentino. Por ese motivo, le dijimos a Alan que seguiríamos solos hasta allí. Era una forma de mostrarle respeto, ya que teníamos pensado colocar rosarios y realizar homenajes a nuestros caídos con mayor privacidad. Lo entendió perfectamente y nos despedimos hasta el regreso al hotel, dónde nos esperaría con una suculenta cena para recuperar fuerzas. Alejandro me acompañó corriendo casi dos kilómetros, hasta que llegó José Luis con nuestra camioneta y realizaron enroque. Alejandro a la camioneta y José corrió y caminó el resto del camino. Ninguno de los dos tenía suficiente entrenamiento, lo cual lo hace mucho más valorable el haberse ofrecido a trotar y caminar durante algunos kilómetros. Alejandro repetiría al día siguiente en los últimos 5 km antes de la llegada.
El martes, cuándo nos retiramos del cementerio, decidimos que todos los recorridos finalizarían allí.
Colocamos una nueva tanda de rosarios. También fue el momento en el que le entregué una carta al soldado Jorge Oscar Soria. Su sobrina es docente en el mismo colegio que mi novia Paula. Su padre, el hermano de Jorge, le había escrito una carta y nos había pedido que, por favor, la coloquemos en su tumba. Rezamos en cada una de ellas. Al finalizar, cantamos el himno nacional junto a una familia argentina, con la que compartimos el vuelo. Cantar …”o juremos con gloria morir”…en ese lugar, cobra un significado diferente.
Con mucho esfuerzo llegamos al último día. La preparación previa a la salida demandó más tiempo. Aparte de los vendajes, la comida, las bebidas, los suplementos, la vaselina en las cejas para evitar que la transpiración llegue a las cejas. Enseñanza del arbitraje, después de haber quedado ciego en pleno partido producto de la abundante transpiración que invadió mis ojos.
Volvería a utilizar mi indumentaria habitual, incluyendo la mochila ULTRA DESERT de NoAf. Uso los productos NoAf desde hace años, por eso fue una gran alegria recibir el apoyo de la empresa para Unir Malvinas. Fueron los primeros que hicieron su aporte y creyeron en este hermoso Desafío que lleva como mensaje la paz y la unión.
El día 16 uniríamos los cementerios. Era el recorrido más emblemático de todos. El que le daba sentido a los cinco anteriores. La mayor manifestación de respeto. Estábamos a punto de hacer historia en cada una de nuestras vidas y de alcanza el objetivo trazado hacía más de un año. Llevábamos 190 km recorridos. Sería un día largo e inolvidable.
Partimos de la entrada al cementerio argentino rumbo a San Carlos, en un camino conocido. Buen tiempo. Despejado y con mucho sol, el cual iría tomando más fuerza a lo largo del día. El ripio, sólido. Luego de varios días sin lluvia. La elección de las zapatillas Adidas Boost para ese recorrido fue un acierto muy grande. Haber realizado el cuarto recorrido en ese mismo camino nos generó más confianza a todos. Teníamos referencias a cada paso, lo cual hizo que administre el tiempo pero, sobre todo, mis piernas frente al viento que se hacía sentir con una intensidad creciente a lo largo de todo el trayecto de ida. El viento me frenaba y obligaba a caminar en carios trayectos. Intentar correr allí no hubiese generado diferencias en los metros a recorrer y habría consumido mucha energía. Mis aliados invisibles volvían a acompañarme para hacerme ahorrar fuerzas. Tampoco querían que me lesione. Gracias a los consejos de mi kinesiólogo, había podido recuperarme y tratar las lesiones que fueron apareciendo pero que, ese día tan importante, esperaba que regresen. El dolor se enmascara y el cuerpo se acostumbra a él pero hay que convivir. La camioneta era una farmacia, heladera, restaurante, hotel. Todo estaba allí. Era un camión de mudanzas y mis amigos, quienes administraban todo ello. Siempre predispuestos, siempre atentos. Convivieron con mis padecimientos, con mis dolores, con mis emociones, con todo lo que nos pasaba a cada paso. Especialmente, ese último día.
El viento ayudó a cuidar mis piernas. Tanto que, recién al kilómetro 20 comenzaron a aparecer los dolores en las rodillas, producto del desnivel del suelo malvinense.


Utilizamos 4h 41m en arribar a San Carlos. Fueron 32 km aproximadamente. Llegamos al cementerio. Realizamos nuestro segundo homenaje, colocando una ofrenda floral. Emprendimos el regreso sabiendo que el viento, nuevamente, sería nuestro aliado. Volví a conversar con el viento en cada subida, en cada curva, en todo el trayecto donde me demostraba que no estaba solo. Los dolores se fueron intensificando. Las paradas las acortamos a dos kilómetros para poder atender las mismas. Masajes, cremas, parches, de todo. Todo lo necesario estaba en la camioneta gracias a los consejos de mi gran amigo y pilar importantísimo de todo el proyecto, el Dr. Atilio Giordano. No sólo, descubrió que era intolerante al gluten unos meses antes. Me cambió la dieta, bajé 7kg, gané más energía y fuerza en los entrenamientos. Atilio me mandaba audios con recomendaciones, me seguía de cerca. Cuando finalizaba cada recorrido tenía premio. Un cóctel de proteínas, vitaminas, ensure y nesquik. Riquísmo. Los últimos kilómetros pensaba en ese premio pero, después de eso, venía lo más rico de todo. El consejo más importante de Atilio: comé pasta de maní. Trabajó en cascos blancos hace muchos años, aparte de ser un gran médico clínico. Sabe como reponer energía en situaciones difíciles. Como soy fan de Georgalos, los Nucrem de 84g sin TACC viajaron a Malvinas y me ayudaban a reponer energía para afrontar el día siguiente.
Cuando llegué al cruce con la ruta que termina en Darwin, ví la camioneta y a mis dos amigos exultantes de felicidad. Estábamos a menos de 5km del cementerio, de terminar el desafío, de cumplir el objetivo. Alejandro me acompañó con su cámara. Fuimos registrando cada paso. Nuestras sensaciones. Saludamos a los conductores que bajaban la velocidad para preguntar si estábamos bien. Actitud que había sido común durante todos los días anteriores. La solidaridad se hizo notar todos los días. Inclusive, en esa ocasión que un conductor detuvo su marcha para contarme que él también corría, que le encantaba hacerlo y que estaba en un lugar óptimo para ello. Recuerdo su mano buscando a mía para desearme suerte en lo que quedaba de recorrido.
Durante meses había entrenado visualizando el momento de la llegada al cementerio. Me lo imaginé de muchas formas. Ninguna a como se produjo.
Apenas vi la camioneta, empecé a gritar y a señalársela a Alejandro. Corrimos abrazados hasta fundirnos en un saludo eterno con José Luis. Lo habíamos logrado.
Ingresamos al cementerio. Colocamos otra tanda de rosarios muy emocionados. Cuando nos retirábamos, un pájaro se posó en una tumba. Se trata de un caracara. Alan nos había hablado de esa especie. Nosotros los conocemos como aguiluchos. Empezó a llamar. Era insistente. Su pelaje negro y amarillo hacía muy fácil identificarlo. Su canto se hizo muy intenso. Subió a la cruz de esa tumba. Miraba a varios lados. Ninguno de los días anteriores habíamos notado la presencia de ningún ave. José Luis se acercó sigilosamente. Alejandro y yo volvíamos por el camino central del cementerio. El pájaro no se movía de esa tumba que se encontraba en primera fila. Un pensamiento invadió mi cuerpo y me dije: …”NO PUEDE SER, está en la misma zona que”…Miré hacia adelante y seguí caminando. El pájaro miró hacia los costados y se fue. En ese momento, José Luis nos miró y rompió el silencio que nos había invadido producto de la sorpresa. “…Mirá que loco, este pájaro que vino a la tumba de un tal Soria”…Mi sospecha se había confirmado y le respondí: …” es el soldado al que le dejé la carta ayer!!!”…Los tres nos miramos y no hicieron falta las palabras para entender el significado de aquella visita inesperada.
Durante los seis recorridos me acompañaron tres rosarios. Cada uno de ellos aportados por personas que se identificaron con el mensaje de Unir Malvinas pero que, también significan mucho para mí. En la muñeca izquierda llevaba el que me había entregado el Comodoro Carballo, el cual quedó en Malvinas. Específicamente en la tumba del soldado Aguirre, quien enfrentó con su fusil el ataque de un avión Harrier. Los tres integrantes de Unir Malvinas elegimos esa tumba basados en el libro “Los halcones no se lloran”, del propio Carballo.
Los otros dos los llevaba en el cuello. Uno, aportado por Hugo Cantero, amigo que Dios me presentó en la fila de la feria del libro, mientras esperaba conocer a Carballo. Guillermo Oliveto, mi amigo hace 15 años y Decano de la UTN, me había traído el tercer desde EL VATICANO. Sabe l que significan Dios y Francisco, en particular, en mi vida. Por eso valoro mucho ese gesto. Ese mismo rosario me había acompañado cuando corrí desde Haedo hasta Luján para pedirle a la Virgen que nos acompañe y proteja a todos los integrantes del Desafío.
Nunca estuvimos solos en Malvinas. Sentimos el afecto de todos y cada uno a través de las redes sociales. Mi novia reunía algunas fotos y el relato emocionado que enviaba cada noche. Luego de elongar, los baños alternados de agua helada y caliente, los masajes y las piernas en alto, eran parte de la rutina habitual. También lo eran los mensajes con el grupo de veteranos tecnológicos, quienes me brindaron su apoyo incondicional antes, durante y después del viaje; los muchachos del quinto claustro (grupo de amigos tecnológicos), el NIDO de Carballo, el propio Comodoro y mi gran amor, Paula Kreitz.
Unir Malvinas tuvo como objetivo llevar un mensaje de paz y homenajear a los caídos y a los muertos argentinos y británicos por igual. La muerte no tiene bandera y el stress post traumático ha provocado 500 suicidios en ambos países. Si, ostentamos un triste y doloroso empate posterior a la guerra. En cada país se quitaron la vida una cantidad de personas superior a la que produjo la guerra en sí. Los motivos son varios pero los ejemplos para superar dicho stress son menores. Por ese motivo es importante concientizarnos en brindarles el apoyo necesario a nuestros veteranos. El que se encuentre a nuestro alcance. Mientras me entrenaba para Unir Malvinas tomé conocimiento de muchos encuentros entre argentinos y británicos que me estremecieron. Me sirvieron para ratificar mi objetivo. Ellos me marcaron el camino. Alejados del odio que me había llevado, en mi adolescencia, a odiar todo lo relacionado con Gran Bretaña. Los veteranos de ambos países me enseñaron el camino del amor y del respeto por el prójimo. El amor es más fuerte que el odio y DIOS se tomó su tiempo conmigo para demostrarlo. Tuvo paciencia, me fue mostrando el camino y lo pude descubrir cuando hice una mirada en retrospectiva de mi vida. Sin dudas, no soy la misma persona que la que viajó a las Islas.
Mi novia, antes de viajar, me entregó una carta que me dio mucha fuerza. Transcribo una parte: …”un desafío más en el que la mayoría te pregunta ¿cómo vas a hacer?…y yo me pregunto ¿qué vendrá después? Lo que vendrá todavía no lo sé a ciencia cierta. Puede ser el libro, un documental, los 500 km (bicicleta+run) haciendo referencia a la cantidad de suicidios para promover la toma de conciencia en la sociedad de las consecuencias del stress post traumático, charlas. No lo sé aún. Lo que puedo asegurar es que “los sueños se empujan con transpiración”, tal como me lo dijo el Comodoro Carballo, mi propio San Martín.
La etimología de la palabra AMATEUR proviene de un término francés que significa “el que ama”. Sin amor, sin pasión es imposible conseguir nada en la vida. Gracias a todos por tanto.
Sobre Alejandro G. Scomparin
Licenciado en Marketing (UCAECE). Socio de la AAM. Jurado de los Premios Mercurio 2016 en tres ocasiones. Actualmente me desempeño como Director de Relaciones Institucionales de la UTN Buenos Aires. Árbitro de fútbol AFA (1993-2005). Deportista AMATEUR (1970-actualidad).